Well, well, well...Diecisiete años han pasado desde que asomé mi timidez a este vasto mundo del blog. Mucho ha cambiado el mundo, bloggero y no bloggero...y yo volviendo a los diecisiete, querida Violeta...linda la versión de tu hijo Ángel.
La ola, la pequeña ola, ha navegado muchas mareas, roto en cascos de buques y rocas, se ha deshecho y recompuesto en ese continuo vaivén oceánico, cercano a costas y mar adentro...y ahora, como nunca antes, ha dejado de verse en su individualidad, en su limitada existencia como parte del oleaje...y se siente mar infinito, océano insondable, brillante superficie en calma chicha y a pleno sol, rompiente que ruge en el acantilado, océano sin nombre...para qué dar más calificativos de lo que fluye, no importa cómo...
He necesitado volver a esto que comencé hace tanto y nada. Porque mi concepto del tiempo es cada vez menos determinante/limitante, más compañero de la cotidianidad.
¿Cuánto me queda? ¿Cómo lleno lo que me queda? ¿Qué quedará cuando nada quede? Qué preguntas tan tontas se hace una cuando piensa que tiene demasiado tiempo ante sí...
Quiero compartir. Historias pequeñas, pensares y sentires. Creo que esa fue mi básica y original vocación, allá en mi adolescencia y primera juventud: contar historias. No le hice caso, no la atendí. Creí que otras ocupaciones podrían ser más relevantes...y confundí ocupación con vocación. Aún estoy a tiempo de contar, susurrar, compartir historias.